PARROQUIALES

NECESIDAD DE LA PREDICACIÓN DEL KERIGMA, HOY - A


LA FE EN CRISTO
HOY Y EN EL INICIO DE LA IGLESIA


RANIERO CANTALAMESSA
CITAS DE LA HOMILIA QUE PUBLICO ZENIT

1. Presencia – ausencia de Cristo

¿En qué creen, en realidad, aquellos que se definen «creyentes» en Europa y otras partes? Creen, la mayoría de las veces, en la existencia de un Ser supremo.

Basta una sencilla mirada al Nuevo Testamento para entender cuán lejos estamos, en este caso, del significado original de la palabra «fe» en el Nuevo Testamento.

 Para Pablo, la fe que justifica a los pecadores y confiere el Espíritu Santo (Ga 3,2), en otras palabras, la fe que salva, es la fe en Jesucristo, en su misterio pascual de muerte y resurrección.
Pero no podemos permanecer inertes; debemos ponernos manos a la obra para responder de manera adecuada a los desafíos que la fe en Cristo afronta en nuestro tiempo. ¡Para re-evangelizar el mundo post-cristiano es indispensable, creo, conocer el camino seguido por los apóstoles para evangelizar el mundo pre-cristiano! Las dos situaciones tienen mucho en común.

¿Qué vía siguió la fe en Cristo para conquistar el mundo?

2. Kerigma y didaché

La predicación, o el kerigma, es llamada el «evangelio» [3]; la enseñanza, o didaché, en cambio es llamada la «ley», o el mandamiento, de Cristo, que se resume en la caridad [4]. De estas dos cosas, la primera –el kerigma, o evangelio-- es lo que da origen a la Iglesia; la segunda –la ley, o la caridad— que brota de la primera, es lo que traza a la Iglesia un ideal de vida moral, que «forma» la fe de la Iglesia. En este sentido, el Apóstol distingue su obra de «padre» en la fe, frente a los corintios, de la de los «pedagogos» llegados detrás de él. Dice: «He sido yo quien, mediante el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús» (1 Co 4,15)

«Por tanto la fe viene de [la escucha de] la predicación» (Rm 10,17), donde por «predicación» se entiende la misma cosa, esto es, el «evangelio» o el kerygma.

Este núcleo más concreto es la exclamación: «¡Jesús es el Señor!», pronunciada y acogida en el estupor de una fe «statu nascenti», esto es, en el acto mismo de nacer.

 El misterio de esta palabra es tal que ella no puede ser pronunciada «sino bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Co 12,3). Sola, ella hace entrar en la salvación a quien cree en su resurrección: «Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rm 10,9).

Por lo tanto aquello que en la predicación de Jesús era la exclamación: «¡Ha llegado el reino de Dios!», en la predicación de los apóstoles es la exclamación: «¡Jesús es el Señor!». Y sin embargo ninguna oposición, sino continuidad perfecta entre el Jesús que predica y el Cristo predicado, porque decir: «¡Jesús es el Señor!» es como decir que en Jesús, crucificado y resucitado, se ha realizado por fin el reino y la soberanía de Dios sobre el mundo.

 Después de Pentecostés, los apóstoles no recorren el mundo repitiendo siempre y sólo: «¡Jesús es el Señor!». Lo que hacían, cuando se encontraban anunciando por primera vez la fe en un determinado ambiente, era, más bien, ir directos al corazón del evangelio, proclamando dos hechos: Jesús murió – Jesús resucitó, y el motivo de estos dos hechos: murió «por nuestros pecados», resucitó «para nuestra justificación» (Cf. 1 Cor 15,4; Rm 4,25).

El anuncio: «¡Jesús es el Señor!» no es por lo tanto otra cosa sino la conclusión, ahora implícita ahora explícita, de esta breve historia, narrada en forma siempre viva y nueva, si bien sustancialmente idéntica, y es, a la vez, aquello en lo que tal historia se resume y se hace operante para quien la escucha. «Cristo Jesús... se despojó de sí mismo... obedeciendo hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó... para que toda lengua confiese que Cristo Jesús es el Señor» (Flp 2, 6-11).

En el principio, el kerigma se distinguía, hemos visto, de la enseñanza (didaché), como también de la catequesis. Estas últimas cosas tienden a formar la fe, o a preservar su pureza, mientras que el kerigma tiende a suscitarla.

De él se desarrolla todo lo demás, incluidos los cuatro evangelios.

3. Redescubrir el kerigma


Ésta es una de las causas por las que en ciertas partes del mundo muchos católicos abandonan la Iglesia Católica por otras realidades cristianas; son atraídos por un anuncio sencillo y eficaz que les pone en contacto directo con Cristo y les hace experimentar el poder de su Espíritu.

Con todo el respeto y la estima que debemos tener por estas comunidades cristianas que no son todas sectas, hay que decir que aquellas no tienen los medios que tiene la Iglesia Católica de llevar a las personas a la perfección de la vida cristiana.

Es necesario, por lo tanto, que el anuncio fundamental, al menos una vez, sea propuesto entre nosotros, nítido y enjuto.

La proclamación de Jesús como Señor debería hallar su lugar de honor en todos los momentos fuertes de la vida cristiana.


 4. Elegir a Jesús como Señor


Hemos partido de la pregunta: «¿ Traigamos a la mente el diálogo de Jesús con los apóstoles en Cesarea de Filipo: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? ...Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,13-15). Lo más importante para Jesús no parece ser qué piensa de él la gente, sino qué piensan de él sus discípulos más cercanos.

Pero existe también una razón subjetiva, y existencial. Decir «¡Jesús es el Señor!» significa tomar una decisión de hecho. Es como decir: Jesucristo es «mi» Señor; le reconozco todo derecho sobre mí, le cedo las riendas de mi vida; no quiero vivir más «para mí mismo», sino «para aquél que murió y resucitó por mí» (Cf. 2 Cor 5,15).

Primera predicación de Adviento a la Casa Pontificia 
02/12/2005

VÍNCULO AL ARTÍCULO COMPLETO
AQUI

No hay comentarios.:

Entrada destacada

CATEQUESIS BÁSICA DE ADULTOS E ITINERARIO CRISTIANO

Entradas populares