PARROQUIALES

LA FE - ¿CREES TÚ? - LA DIVINIDAD DE CRISTO - B

¿Crees tú?
La divinidad de Cristo en el Evangelio de Juan

RANIERO CANTALAMESSA . PREDICADOR DE LA CASA PONTIFICIA

CITAS DEL TEXTO DE LA HOMILÍA QUE PUBLICÓ ZENIT









1. «Si no creéis que Yo Soy...»

Un día celebraba la Misa en un monasterio de clausura. Era en el tiempo pascual. Como pasaje evangélico estaba la página de Juan en la que Jesús pronuncia repetidamente su «Yo soy»: «Si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados... Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy... Antes de que Abrahán existiera, Yo Soy» (Jn 8,24.28.58)

…Se podría objetar que estas son palabras de Juan, desarrollos tardíos de la fe, que Jesús no tiene que ver. Pero precisamente aquí está el punto. Ellas son en cambio palabras de Jesús; ciertamente de Jesús resucitado que vive y habla ya «en el Espíritu», pero siempre de Jesús, el mismo Jesús de Nazaret.

…No se trata, evidentemente, de poner en duda el carácter plenamente humano e histórico de los escritos de Nuevo Testamento, la diversidad de los géneros literarios y de las «formas», ni tanto menos de volver a la antigua idea de la inspiración verbal y casi mecánica de la Escritura.

2. «La obra de Dios es creer en quien él ha enviado»

Cristo es el objeto específico y primario del creer según Juan. «Creer», sin otras especificaciones, significa ya creer en Cristo. Puede también significar creer en Dios, pero en cuanto que es el Dios que ha enviado a su Hijo al mundo. Jesús se dirige a personas que creen ya en el verdadero Dios; toda su insistencia sobre la fe concierne ya a esto nuevo, que es su venida al mundo, su hablar en nombre de Dios. En una palabra, su ser el Hijo unigénito de Dios, «una sola cosa con el Padre».

…Jesús pide para sí el mismo tipo de fe que se pedía para Dios en el Antiguo Testamento: «Creéis en Dios; creed también en mí» (Jn 14,1).

También después de su desaparición, la fe en él permanecerá como la gran divisoria en el seno de la humanidad: por una parte estarán aquellos que sin haber visto creerán (Cf. Jn 20,29), por otra estará el mundo que rechazará creer. Frente a esta distinción, todas las demás, conocidas primero, incluida aquella entre los judíos y gentiles, pasan a un segundo orden.

3. «Dichoso aquél que no halle escándalo en mí»

La posibilidad del escándalo debía ser especialmente fuerte para un joven judío como el autor del IV Evangelio, acostumbrado a pensar en Dios como el tres veces Santo, aquél a quien no se puede ver y quedar con vida. Pero el contraste entre la universalidad del Logos y la contingencia del hombre Jesús de Nazaret aparecía sumamente estridente incluso también para la mentalidad filosófica del tiempo.


…Esta reacción escandalizada es la prueba más evidente de que la fe en la divinidad de Cristo no es fruto de la helenización del cristianismo, sino en todo caso de la cristianización del helenismo.

…Pero en último análisis el escándalo se supera sólo con la fe. No bastan para eliminarlo las pruebas históricas de la divinidad de Cristo y del cristianismo…
…Análogamente no podemos sacar las consecuencia de que Cristo es Dios sencillamente examinado lo que conocemos de él y de su vida, esto es, mediante la observación directa. Quien quiere creer en Cristo está obligado a hacerse su contemporáneo en el abajamiento, escuchando el «testimonio interno» que sobre él nos da el Espíritu Santo.

…San Pablo dice que «con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se hace la profesión de fe para conseguir la salvación» (Rm 10,10). El segundo momento, la profesión de fe, es importante, pero si no va acompañado de aquel primer momento que se desarrolla en las profundidades recónditas del corazón aquella es vana y está vacía. «Es de las raíces del corazón de donde sale la fe», exclama San Agustín  parafraseando el paulino corde creditur, con el corazón se cree.

La dimensión social y comunitaria es ciertamente esencial en la fe cristiana, pero ella debe ser el resultado de muchos actos de fe personales, si no quiere ser una fe puramente convencional y ficticia.

4. «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida»

Esta fe «del corazón» es fruto de una especial unción del Espíritu. Cuando se está bajo esta unción creer se convierte en una especie de conocimiento, de visión, de iluminación interior: «Nosotros creemos y sabemos» (Jn 6,69); «Hemos contemplado al Verbo de la vida» (Cf. 1Jn 1,1). Oyes afirmar de Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 6) y sientes dentro de ti, con todo tu ser, que lo que oyes es cierto…


5. El discípulo a quien Jesús amaba (¡y que amaba a Jesús!)

… Los santos, no pudiendo llevar consigo la fe al cielo, donde ésta ya no hace falta, son felices de dejarla en herencia a los hermanos que la necesitan en la tierra, como Elías dejó su manto a Eliseo, subiendo al cielo. Nos toca recogerlo. Podemos no sólo contemplar la fe ardiente de Juan, sino hacerla nuestra. El dogma de la comunión de los santos nos asegura que es posible y orando se hace la experiencia de ello.

¿Cómo llegó Juan a una admiración tan total y a una idea tan absoluta de la persona de Jesús? ¿Cómo se explica que, con el paso de los años, su amor por él, en vez de debilitarse, fuera aumentando cada vez más? Creo que, después del Espíritu Santo, ello se debe al hecho de que tenía junto a sí a la Madre de Jesús, vivía con ella, oraba con ella, hablaba con ella de Jesús. Produce cierta impresión pensar en que cuando concibió la frase: «Y el Verbo se hizo carne», el evangelista tenía a su lado, bajo el mismo techo, a aquella en cuyo seno este misterio se había realizado.



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